sábado, 20 de junio de 2020

miércoles, 20 de mayo de 2020

Perdidos en el patio

¿Podría simplemente leer y permitir que el Espíritu me guíe?

Por John Brunt

«¡Tomo la Biblia tal como se lee y hago lo que dice! Solamente la leo; sin ninguna interpretación». Aunque tales declaraciones suenan fervorosas y agradables, nadie hace tal cosa. Todos interpretamos y hacemos decisiones acerca de lo que es apropiado y relevante para nosotros. Hacemos todo tipo de decisiones en la vida sin referencia explicita a lo que la Biblia dice.
Por ejemplo, hace algún tiempo mi hija fue de vacaciones con nosotros. Cuando regresó a su apartamento en el lluvioso Seattle, había moho en sus paredes. Si lees Levítico vas a encontrar complejas instrucciones de lo que hay que hacer en ese caso. Involucra cosas como llamar al sacerdote, matar una ave, rociar sangre y usar madera de cedro, hisopo y un paño escarlata (ver Levítico 14). No hicimos ninguna de esas cosas. Fuimos a casa de bricolaje, preguntamos que podríamos usar para quitar el moho de las paredes, lo rociamos y el moho desapareció.
«Ah», dirías, «eso está en el Antiguo Testamento. Sabemos que muchas de esas leyes no se aplican más. Pero ahora seguimos todo lo del Nuevo Testamento». ¿De verdad? En 1 Corintios 11, Pablo es muy específico y claro que las mujeres deberían de usar un velo cuando oran en la iglesia pero no me visto ni una sola iglesia que siga ese consejo.
Cada vez que leemos nos engranamos en un proceso de interpretación. La mayoría del tiempo no pensamos en ello porque estamos tan familiarizados con la materia que no tenemos que hacerlo. Cuando abrimos la computadora y leemos las noticias de la mañana, simplemente leemos y, mayormente, comprendemos lo que leemos. Es como manejar un coche. Es tan rutinario que lo hacemos sin pensar. Algunas veces, sin embargo, leemos y hay una noticia sobre un lugar con el cual no estamos familiarizados. Podríamos entonces consultar un mapa para ver donde queda ese lugar. O podríamos toparnos con una palabra que no comprendemos y consultamos el diccionario. Nuestro proceso de interpretación va entonces más allá de lo rutinario. Lo mismo es cierto con la Biblia. Siempre estamos interpretando y ya que hay una brecha más grande entre la Biblia y nuestra vida diaria que la que existe entre la noticias de la mañana y nuestra vida diaria, nuestra necesidad de consultar algunas cosas es probablemente más frecuente. En capítulos más adelante vamos a ver algunos de los recursos a los que podemos acudir para consultar de tal manera que podamos leer con más claridad y tener una mayor comprensión.
El lector se podría preguntar, ¿necesitamos realmente interpretar ya que tenemos al Espíritu Santo para que interprete por nosotros? No hay duda que necesitamos orar siempre para que el Espíritu nos guie cada vez que acudimos a la Biblia. La función del Espíritu Santo, sin embargo, no es hacer nuestra labor mientras dejamos que nuestra mente corra en neutral. Como Pablo lo pone en su epístola a los corintios:

«¿Qué debo hacer entonces? Pues orar con el espíritu, pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento» (1 Corintios 14:15).

Lo mismo se aplica al estudio de la Biblia. Leemos con el Espíritu y con nuestra mente. El Espíritu no interpreta por nosotros, sino que nos ayuda de tres maneras importantes cuando leemos la Biblia.
Primero, el Espíritu nos ayuda a abrir nuestra mente y ser objetivos. Considera lo que Lucas dice que hizo Jesús por sus discípulos después de su resurrección:

 «Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras» (Lucas 24:45).

Necesitaban que sus mentes se abriesen porque habían venido a Jesús con prejuicios y malentendidos acerca de su misión. Nosotros también llevamos a nuestra lectura de la Biblia mucho de nuestros antecedentes y nuestra cultura. Porque tendemos a asumir nuestra propia cultura con frecuencia estamos ciegos a lo que aportamos a nuestra lectura.
Escuché una vívida ilustración de esto de un profesor de Nuevo Testamento que enseñó en tres países y culturas distintas: los Estados Unidos, un país africano y Rusia. Trató un sencillo experimento con los tres grupos de estudiantes. Les pidió que leyesen la historia del hijo prodigo en Lucas 15 y que subrayasen en el pasaje las razón principal por la que el hijo prodigo llegó a ser un indigente. En los tres grupos la gran mayoría de los estudiantes en cada grupo subrayó la misma frase. Pero cada grupo subrayó una frase distinta. Los estudiantes americanos subrayaron el versículo 13:

«Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia».

Sus estudiantes africanos, por otra parte, subrayaron el versículo 16:

«Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada».

Los estudiantes rusos fueron también diferentes. La mayoría de ellos subrayaron el versículo 14:

«Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad».

El profesor explicó de esta manera las diferencias. Los americanos provenían de una cultura individualista con un fuerte énfasis en la responsabilidad personal. Ven al hijo prodigo como un indigente porque echó todo a perder malgastando su dinero. Por otra parte, la cultura africana es mucho más comunitaria. En una tribu o clan se cuidan unos de los otros sin importar lo que la persona hubiese hecho. Para ellos el problema era que nadie le ayudaba o le daba algo. Finalmente, el profesor notó que la cultura rusa es bastante fatalista. Lo que va a pasar va a pasar. Aso que el verdadero problema es que la escasez no podía ser evitada. Estaba fuera del control del hijo prodigo. Tres culturas: tres maneras de leer la misma historia.
Cada vez que venimos a la Biblia traemos nuestros prejuicios culturales, sin mencionar nuestra personalidad y nuestra experiencia. Necesitamos que el Espíritu Santo abra nuestra mente. (A propósito, una manera útil de abrir nuestros ojos a lo que llevamos a nuestra lectura de la Biblia es leer en un grupo con otra gente que tenga antecedentes y culturas diferentes de la nuestra.)
Una segunda manera como el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra lectura de la Biblia tiene que ver con nuestro corazón. El propósito de Dios al darnos la Biblia no es solamente el proveernos información sino transformar nuestro corazón y nuestra mente. Como lo pone Pablo a los romanos:

«No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).

Cuando Jesús se encontró con Cleofas y sus compañeros en el camino a Emaús y abrió la Biblia con ellos, su reacción fue:

«¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lucas 24:32).

Únicamente el Espíritu Santo puede hacer que nuestro corazón arda y transforma nuestra vida. Esa es otra razón por la que siempre debemos orar por el Espíritu Santo cuando leemos la Biblia.
Tercero, es el Espíritu Santo quien nos da el valor para actuar sobre lo que encontramos en la Biblia. He escuchado a gente decir: «Puedes hacer que la Biblia diga lo que quieres que diga». Pero hay un mensaje que la Biblia presenta y con más frecuencia es más claro de lo que imaginamos. En un sermón titulado «Invitado por Jesús», Peter Marshall, el famoso predicador escoces de mediados del siglo pasado, dijo:

Hay aspectos del evangelio que son crípticos y difíciles de comprender. Pero nuestros problemas no se centran en lo que no entendemos sino en lo que comprendemos, aquellas cosas que no hay manera que podamos malinterpretar.[1]

Por ejemplo, no puedes leer el libro de Lucas y concluir que desea que tengamos la opinión que los pobres son pobres por su culpa y ayudarles es inútil. La preocupación de Dios por los pobres te brinca de la pagina. No puedes leer la carta de Pablo a los gálatas y concluir que Dios valor a los hombres y a los amos más que a las mujeres y los esclavos. En la Biblia hay un claros mandatos morales, pero con frecuencia se requiere tanto de sabiduría y de valor para vivirlos en la vida diaria. (Vamos a considerar más acerca de esto en el capítulo seis.) Necesitamos que el Espíritu nos guie en sabiduría y nos de valor.
Cada uno de esos tres puntos (objetividad, transformación, valor) serían suficiente razón para llevarnos a orar por la dirección del Espíritu cada vez que abrimos la Biblia. El Espíritu, sin embargo, nunca es un substituto para el uso de nuestra mente y nuestro raciocinio. Dios nos ha dado la mente con un propósito. Exploremos como, con el Espíritu y la mente, podemos aumentar nuestro deleite al leer la Biblia.


[1]Peter Marshall, Mr. Jones, Meet the Master (New York: Fleming H. Revell, 1949), p. 128; énfasis añadido.